viernes, junio 06, 2008

Reflexiones en torno a la Justicia


Un pequeño artículo sobre la justicia que escribí hace poco para unos trabajos:



Durante este día nos hemos enfocado en la caridad, virtud fundante y trascendental de la vida de todo cristiano. Sin embargo, el ejercicio de este valor fundamental de nuestra fe debe ir acompañado por la justicia, virtud cardinal que tan poco brillo parece tener, pero que se alza como un requisito necesario para la construcción de un verdadero orden social cristiano.
Alberto Hurtado entiende a la justicia como un principio básico de la moral social cristiana, y la define como “la disposición estable de nuestra voluntad que nos lleva a respetar el derecho del prójimo”[1]. Bajo esta mirada, la justicia aparece como algo básico, que no genera mayor prestigio ni dificultad. El ropaje simple de esta virtud, generado por lo modestas que aparecen sus exigencias, la hace aparecer como algo obvio, fácilmente alcanzable y alejado de todo merito. Nadie podría decirnos que es complejo y digno de gloria no matar a otro, o dar a los demás el respeto que merecen. Sin embargo, es en esta aparente simpleza donde aparecen los problemas más graves en la vida de los cristianos, y donde en variadas ocasiones se malinterpreta el rol que cabe a la Justicia y a la Caridad. Muchas son las veces en que una malentendida caridad tapa el entregar lo que es justo, lo que a cada ser humano le corresponde en derecho. Así, nos es más fácil aportar en limosnas y obras caritativas que parecieran cumplir con lo que es justo, mientras nos olvidamos de esto al tratar a los demás como lo merecen, o preocuparse de que todo trabajador reciba lo que corresponde en justicia de acuerdo a su trabajo. En este sentido Hurtado es clarísimo al mostrarnos que “No es raro encontrar quienes entiendan mal la doctrina de la Iglesia sobre la caridad. Es cierto que ella coloca a la caridad como la más perfecta de todas las virtudes, pero no a una caridad que desconoce a la justicia, no a una caridad que hace por los obreros lo que ellos deberían hacer por sí mismos, no una caridad que se goza en dar como favor, atropellando la dignidad humana, aquello que el obrero tiene derecho a recibir. Esta no es caridad sino su caricatura. La caridad comienza donde termina la justicia. A veces se da menos que lo que reclama la justicia y se piensa que se da más”[2]. Las palabras de nuestro santo son claras: el rol de la justicia no puede ser ignorado, y nuestros esfuerzos como cristianos deben estar centrados en que esta virtud realmente se viva en nuestro mundo, que tantas veces ignora la importancia de dar a cada uno lo que es realmente suyo.
Esta virtud, sobre la que podríamos teorizar largamente, no es simplemente un interesante concepto para el estudio, sino que tiene consecuencias prácticas sumamente importantes dentro de la moral social cristiana. Como virtud, la justicia está referida a nuestra vida diaria, y nos exige ser fieles a las consecuencias fundamentales que esta tiene. En estos trabajos, cuando nos enfrentamos a muchas injusticias que ofenden y contrarían las enseñanzas y principios en los que se funda nuestra sociedad, es necesario detenernos en algunas de esas consecuencias, que guardan íntima relación con nuestra labor en estos días, y que deben ser asumidas para nuestra vida diaria.
Nos referimos básicamente al trato digno (o trato justo) y a la importancia de la justa distribución de los bienes. En ellos se hace más necesario que nunca entender que, para un cristiano, justicia y caridad no son realidades separadas y que compitan entre si, sino instrumentos copulativos fundamentales en nuestros esfuerzos por construir una sociedad más justa y digna, basada en un profundo amor a nuestros hermanos.


El trato digno o trato justo

Hablar de trato digno o trato justo implica llevar a nuestra vida diaria las exigencias cristianas de justicia. Como cristianos, reconocemos en toda persona humana una dignidad intrínseca e indiscutible, fruto de la calidad de hijos de Dios que todos compartimos, reconocida esencialmente por la realidad del Cuerpo Místico de Cristo del cual todos formamos parte. Dicha dignidad exige respeto, que debe traducirse en actos concretos, como ocurre con el trato que merece toda persona por el hecho de ser tal. Es decir, el trato que en justicia corresponde a todos y cada uno de nuestros hermanos.
Son innumerables las ocasiones en que con nuestro trato con los demás negamos el más básico respeto humano, en que en nuestros gestos, maneras de hablar y de relacionarse con los otros hacemos diferencias que escapan a toda racionalidad y espíritu caritativo. Cuantas veces nos ha pasado que, al momento de tratar con alguien que nos presta un servicio, somos displicentes, enojones o malagradecidos, olvidando que frente a nosotros se encuentra una persona, que como tal comparte con nosotros la misma calidad de hijo de Dios. Lo mismo puede ocurrir con nuestros amigos, parientes y todo aquel que nos rodea. Esto cobra mayor importancia en una instancia como estos trabajos, ya que en el día a día nos relacionaremos con personas que, por distintas circunstancias de la vida, han visto negada y pisoteada su dignidad por una realidad que les niega no solo los bienes más básicos de subsistencia, sino el respeto humano que ésta exige.
Por eso se hace importante hablar de trato digno o trato justo. Trato digno, porque responde a la dignidad que toda persona porta intrínsecamente. Trato justo, porque no constituye una simple sugerencia o criterio de acción, es un deber de justicia que recae en nosotros precisamente por esa dignidad de la que hablamos. Alberto Hurtado nos ilumina al respecto al afirmar que “La dignidad de la persona humana es el fundamento de sus derechos”[3]. Ésta nos habla del derecho a un trato de acuerdo con ella, derecho que es exigible en justicia y que no podemos bajo ningún motivo soslayar.
Pero, ¿Qué significa esto para nosotros hoy? ¿Qué problemas surgen con una realidad que se nos aparece como tan básica y evidente?
No es raro ver que en muchas iniciativas de acción social, en el esfuerzo por lograr una mayor empatía y conexión con aquellos a quienes ayudamos, nuestras formas de tratar a los demás tengan un fuerte dejo de paternalismo, fruto de una mal entendida caridad. Así, nuestro trato, que busca ser respetuoso, se convierte en el trato que daría una parvularia a uno de sus alumnos de jardín infantil, el trato que da un adulto a un tierno pequeño que poco y nada sabe del mundo. Con esto, sin tener ninguna mala intención, le faltamos el respeto a personas que en esencia son iguales a nosotros, que merecen el mismo trato y que tienen tantas capacidades y potencialidades como nosotros. Los pobres no son una manada de tontos a los que hay que dirigir, son personas tan dignas con nosotros, como tu y como yo, con talentos, sueños y virtudes, y que merecen un trato tan justo y digno como el que le daríamos a nuestra madre.
Enfocar nuestro trato desde la óptica de la justicia da un giro radical al asunto. Comprender el verdadero rol de la caridad y la justicia rompe esta desigualdad brutal que generamos malentendiendo todo esto. Nuevamente, nuestro santo es clarísimo en su enseñanza al respecto: “Al que se siente superior le halaga tomar una actitud de proteccionismo que lo coloca sobre el protegido; en cambio, la justicia coloca a todos los hombres en un pie de absoluta igualdad”[4]. La justicia nos muestra que, fruto de esa dignidad que todos compartimos, merecemos un trato que nos ponga en el mismo pie, que en todo momento dignifique.
¿Implica esto un igualitarismo ridículo, que obvie todo elemento de la realidad? Claramente no. La preocupación por un trato digno significa estar atentos a la realidad que nos rodea, y a las circunstancias en que viven aquellos que más ven pisoteada constantemente su dignidad. Reconocido lo que hemos dicho anteriormente, el siguiente paso es buscar que nuestro trato rescate constantemente la dignidad de la persona que tenemos frente a nosotros, que se preocupe por resaltar la importancia de aquel que tantas veces se ha sentido pasado a llevar por la realidad. Ya no será el tratar al otro como un niño que nada entiende, sino como una persona tal como nosotros, que merece todo nuestro respeto y preocupación, que se alegrará con una sonrisa y un gesto sincero, que se sentirá digno cuando vea frente a él alguien que lo mira no desde un pedestal, sino con la verdadera actitud de un hermano.


La justa distribución de los bienes

La vida diaria nos muestra que en nuestro mundo hay fuertes desigualdades, en virtud de las cuales son muchos los que viven en condiciones sumamente precarias, que nada tienen que ver con lo que todo ser humano en justicia merece. En estos trabajos estaremos junto a personas cuya calidad de vida dista mucho de lo que esperaríamos, y que atenta contra una visión cristiana de la sociedad.
La justicia nos muestra que, en virtud de la dignidad intrínseca que portamos, todo ser humano merece no solo un trato que responda a esta, sino que debe también tener condiciones de vida que le permitan la subsistencia, así como un adecuado desarrollo como persona. Es decir, nuestro deber de justicia para con la persona habla de esta de manera integral, comprendiendo tanto su aspecto espiritual como material.
Es en este segundo aspecto donde guarda importancia una justa distribución de los bienes, que permita a toda persona tener aquello que en justicia merece. Como ya decíamos, la realidad nos muestra que esto muchas veces no es así, y que son muchos los que no tienen lo que les corresponde. Frente a esto, nuestra actitud como cristianos no puede ser indiferente, e implica una real consecuencia. No basta con aceptar las enseñanzas cristianas al respecto y teorizar eternamente sobre el asunto, mientras nuestra actitud y actos concretos muestran una resignación intolerable al dolor de los demás. La verdadera actitud cristiana nos muestra que “La resignación ante el dolor que uno puede y debe remediar es tremenda traición al plan de Dios, a la dignidad del hombre, a la familia, a la sociedad, cuando el bien común ha sido conculcado. Sólo tenemos derecho a resignarnos después que hemos gastado el último cartucho en defensa de la verdad y de la justicia. Una vez que hemos agotado nuestras posibilidades es insensato revolverse estérilmente. Un cristiano une su dolor al dolor redentor de Cristo por que venga al mundo el reino de la verdad y de la justicia”[5]
La actitud cristiana frente a la injusticia debe hacerse latente en el plano material. De nada servirá teorizar en torno a la dignidad humana, si es que no hacemos nada para que miles y miles de necesitados puedan tener los bienes mínimos que le permitan una subsistencia digna y un desarrollo integral como personas. Nuevamente nuestro santo nos muestra el camino al decirnos que “Ha llegado la hora en que nuestra acción económico social debe cesar de contentarse con repetir consignas generales sacadas de las encíclicas de los Pontífices y proponer soluciones bien estudiadas de aplicación inmediata en el campo económico social”[6]
Tenemos, por tanto, un desafío latente en este tema. El aporte que hacemos en estos trabajos viene a ser apenas un intento de ayudar a superar este problema. Nuestro trabajo, traspasado por la verdadera caridad cristiana, será apenas un pequeño aporte que busca ser un grano de arena en un mar de injusticia. Por esto es que es importantísima la actitud con que enfrentemos la labor que tenemos por delante en estos días. Estaremos muy lejos de responder a lo que la justicia exige para que las personas de Lebu tengan una vida digna, pero podremos hacer un pequeño aporte en la vida de algunas personas. Sin embargo, nada de eso valdrá si es que estos días son solo una bonita experiencia que nos sirva para calmar nuestras inquietudes, sentirnos un poco mejor y llenarnos de anécdotas para el resto del año. Nuestros días de trabajos deben ser un punto de partida para que en nuestras vidas asumamos este desafío como propio, que nos lleve a trabajar en el día a día por remediar, a través de una sincera aplicación de la justicia y la caridad, el dolor de todo hermano que sufre tanto en lo material como en lo espiritual.











[1] Hurtado Cruchaga, Alberto. Moral Social (Obra Póstuma), Ediciones Universidad Católica de Chile, 2004, página 213
[2] Hurtado Cruchaga, Alberto. Humanismo Social, Fundación Padre Hurtado, 2004, página 87
[3] Hurtado Cruchaga, Alberto. Moral Social (Obra Póstuma), Ediciones Universidad Católica de Chile, 2004, página 202
[4] Hurtado Cruchaga, Alberto. Moral Social (Obra Póstuma), Ediciones Universidad Católica de Chile, 2004, página 214
[5] Hurtado Cruchaga, Alberto, Sindicalismo: Historia, Teoría, Práctica, 1950
[6] Hurtado Cruchaga, Alberto, El Cuerpo Místico: distribución y uso de la riqueza, Conferencia dada en Bolivia en 1950, extraída de Un fuego que enciende otros fuegos :Páginas escogidas del Padre Alberto Hurtado, Centro de Estudios y Documentación “Padre Hurtado” de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 2004

6 comentarios:

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